Pero no todo es recogimiento y pérdida durante el invierno en el mundo vegetal, la gran riqueza de especies de nuestra flora posibilita una multiplicidad de ciclos vitales y especies como el acebo (Ilex aquifolium), el rusco (Ruscus aculeatus) o el muérdago (Viscum album), fructifican durante el invierno, mostrándose particularmente llamativas. No es de extrañar que algunas de estas especies hayan tenido relevancia en festividades y ritos de distintas culturas que festejaban el final del año agrícola. La asimilación de dichos festejos por el cristianismo ha posibilitado que hoy sean algunas de las plantas que asociamos a la navidad. Por otra parte, algunas especies como los fresnos de hoja estrecha (Fraxinus angustifolia) o los avellanos (Corylus avellana), que ya lucen desprovistos de hojas, florecerán dentro de unas semanas y ya hacen crecer sus amentos. Bajo la aparente quietud, nada se detiene en invierno.
El invierno es, al menos en el contexto del clima
mediterráneo, una de las épocas de esplendor de musgos y líquenes. Esto se debe
a que se observan con mayor facilidad en los troncos ya sin hojas o incluso en
las especies perennes, gracias a la mayor frecuencia de lluvias o nieblas que
los hidratan. Aunque son dos grupos de organismos completamente distintos,
tienen en común la ausencia de mecanismos eficaces para regular la pérdida del
agua por lo tanto se hayan a merced de las condiciones ambientales a la hora de
desarrollar su ciclo vital.
Los líquenes crecen sobre los troncos o piedras, a veces adheridos
a las superficies de estas últimas como en el caso de los líquenes crustáceos o
a veces adoptando formas que asemejan a pequeños arbustos como los líquenes
fruticulosos, existiendo varias morfologías intermedias entre estos tipos. Sea
como fuere, la relativa simpleza exterior esconde una alta complejidad interna,
pues estamos ante la simbiosis de dos organismos. Por un lado tenemos un hongo
que proporciona el hábitat, la “casa”, además de nutrientes. Por otro lado
tenemos un alga o bacteria con capacidad fotosintética, que vive en el interior
del hongo y cede a este por sus servicios parte de los hidratos de carbono que
es capaz de producir. La unión cambia a ambos integrantes cuyas posibilidades
de supervivencia por separado son sensiblemente menores. A pesar de su reducido
tamaño y de pasar a veces inadvertidos, los líquenes cubren cerca del 10% de la
superficie terrestre y en numerosas situaciones actúan como organismos pioneros
o colonizadores que con el paso del tiempo allanarán el camino para el establecimiento
de nuevas formas de vida más exigentes. Cuando el invierno afloja en su
severidad, los líquenes retoman su actividad adquiriendo vívidos colores y en
algunos rincones en las proximidades del arroyo del Arca del Helechal se
vuelven protagonistas.
El invierno es tiempo propicio también para disfrutar de los musgos, (diezmados en algunas zonas por la poco sostenible costumbre de utilizarlos en los belenes domésticos). El árbol genealógico de las plantas se dividió en cuatro grandes ramas y desde hace al menos 500 millones de años cada una ha evolucionado por separado. Por tanto los musgos no han sido nunca eslabones intermedios en la evolución de plantas “superiores”, sino una rama bien diferenciada del reino vegetal. En los húmedos días de invierno podemos detenernos frente a los musgos que con un vívido color verde tapizan piedras y troncos. La relación de los musgos con el agua es muy interesante. Los musgos carecen de conductos internos para conducir el agua, por lo que lo hacen externamente, con una arquitectura diseñada para mover y almacenar el agua. Aquí la fuerza eléctrica entre las superficies celulares y el agua, intensa a cortas distancias, juega un importante papel. Tras un día de lluvia, la superficie de los musgos puede contar con entre 5 y 10 veces más cantidad de agua de la contenida en el interior de sus células. Esta importante reserva ayudara a hacer frente a eventuales periodos de desecación y contribuye a mantener por más tiempo la humedad del bosque. Si los líquenes funcionan como buenos bioindicadores de la contaminación atmosférica por tolerarla mal, los musgos captan metales pesados y los retienen, por lo que en cierto sentido purifican la lluvia además de constituir una primera barrera frente a la erosión por escorrentía por su mencionada capacidad de retener el agua.
Durante las semanas de invierno, todas las especies vegetales habrán de hacer frente al riesgo de congelación. Desde el punto de vista bioquímico las plantas son más flexibles que los animales en cuanto a la temperatura que necesitan para un correcto metabolismo, luego pueden mantener su actividad a bajas temperaturas. Cuando aparece el riesgo de congelación, ponen en marcha estrategias específicas. En general, la mayoría de las especies comienzan sus preparativos semanas antes de las primeras heladas. El ADN y otras estructuras delicadas se disponen en el centro de las células donde tendrán más protección, el citoplasma se vuelve más graso y las membranas celulares modifican su composición química para mantener su fluidez a temperaturas más bajas. Además, el contenido de azúcares del interior de las células se eleva para bajar el punto de congelación. Cuando comienza a helar, el agua que rodea a las células forma cristales de hielo en un proceso que desprende calor, captado por las células circundantes. Cuando el frio persevera, toda el agua entre las células queda congelada y comienza a liberarse agua del interior citoplasmático hacia afuera, aumentando más la concentración de azúcares en el interior y bajando aún más por tanto el punto de congelación. Así las células van deshidratándose quedando rodeadas de cristales de hielo y aguardando a que las condiciones mejoren…
Respecto a las plantas perennes, deben enfrentar durante el
invierno además otro problema. Como estas plantas mantienen su capacidad
fotosintética, los días muy fríos ocasionan desajustes en la fotosíntesis
desarrollada a partir de la clorofila, dejando electrones libres que pueden
dañar las células. Para evitar este riesgo producen sustancias que los
neutralizan y que conocemos como las vitaminas C y E.
El Arboreto no es solo una rica colección botánica. En torno
a ella vive una variada comunidad animal que habrá de afrontar el invierno con
distintas estrategias. En general, cuando las especies animales tienen un área
de distribución amplia, como ocurre con muchos pájaros y mamíferos que
frecuentan el arboreto (carboneros, herrerillos, petirrojos, ardillas,
tejones…), suelen tener mayor tamaño cuanto más frio es su entorno, es decir, son
más grandes en el norte que en el sur de su área de distribución. Los animales
pequeños se enfrían con más facilidad, porque tienen en proporción más
superficie en relación a su volumen. A este principio de le conoce como regla
de Bergmann.
Aun aumentando su
tamaño en las regiones más frias, todos nos hemos preguntado alguna vez como,
por ejemplo, pequeños pájaros de apariencia frágil pueden soportar los rigores
invernales. En este caso, el plumón que rodea el cuerpo retiene el calor de
manera 10 veces más eficiente que el mismo grosor del poliestireno que se usa
para recubrir las tazas de café. En invierno especies como el carbonero (Parus major) aumentan además un 50% la
cantidad de sus plumas. En los momentos más fríos, los músculos de la base de
las plumas se tensan y doblan el grosor del aislamiento. Pero cuando todo lo
anterior no es suficiente, el recurso es tiritar. De igual manera que lo
hacemos nosotros, los pájaros tiritan, pero con la ventaja de poseer músculos
de vuelo que, proporcionalmente a su tamaño, son enormes en comparación con los
nuestros y por tanto capaces de generar mucho calor. Sin embargo, tiritar lleva
consigo una elevada demanda energética que hace que durante el invierno la
búsqueda de comida sea urgente, en un momento donde es un bien escaso. Para
encontrarla los pájaros necesitarán de toda su agudeza visual.
Aun con todas estas adaptaciones fisiológicas, el invierno diezma las poblaciones de muchos pequeños pájaros y otros animales. Cuando llegue la primavera y el verano y el Arboreto incremente su oferta de alimento, llegará un momento que la oferta exceda a la demanda de la población residente. Ese superávit de comida es el que buscarán las especies de aves que migran desde África para reproducirse aquí. Paradójicamente, es el invierno el que genera la posibilidad de la migración relacionando ecosistemas en distintas partes del planeta.
Muchas otras historias de adaptación se escriben durante
estas semanas de invierno relativas a los anfibios, los reptiles o los
insectos, pero ninguna descripción puede sustituir a la experiencia de
conocerlas de primera mano al pasear por los caminos que discurren por el
Centro.
Os invitamos a no perder la oportunidad de visitarlo durante esta interesante estación.